El hallazgo de las Momias Reales
(la tumba TT320)
El hallazgo de las Momias Reales (la tumba TT320)
Gaston Maspero (1846-1916)
Es conocido el problema que tuvieron los antiguos arquitectos egipcios en lo que respecta a la seguridad de sus tumbas. Una abrumadora mayoría fueron saqueadas en su totalidad incluso al poco tiempo de ser cerradas por los últimos familiares y sacerdotes. Muchas de las tumbas de los reyes del Imperio Nuevo, las que se extienden a lo largo y ancho del Valle de los Reyes o en el resto de la orilla occidental de la antigua Tebas, aparecieron absolutamente vacías después de que, además del trabajo de los ladrones, algunas de ellas fueran empleadas como cuadras o casas improvisadas de visitantes del valle a lo largo de la Historia. Sin embargo, cuando visitamos el Museo de El Cairo vemos varias salas de momias. ¿Dónde aparecieron las veintisiete momias reales que se conservan el Museo de El Cairo? Para responder a esta pregunta tenemos que mirar atrás en el tiempo y viajar hasta una fecha indeterminada del último tercio del siglo XIX. En aquel momento se dio una auténtica aventura de corte policíaco que dio pie a uno de los hallazgos más importantes de la arqueología moderna. El escondite de momias de Deir El-Bahari.
A mediados del siglo XIX la reciente egiptomanía, nacida a partir del éxito de la expedición de Napoleón en 1798 y, sobre todo, después de la traducción de los jeroglíficos realizada por Jean François Champollion en 1822, comenzaba a tener su reflejo en el propio Egipto en forma de grandes hordas de visitantes. Es en esta época cuando el empresario Thomas Cook, célebre por haber fundado una de las agencias de viajes más importantes del mundo, tuvo la genial idea de comprar los antiguos barcos que ya no se utilizaban en las rutas por el Mississippi para emplearlos en Egipto.
De esta manera nacieron los populares cruceros que tanto éxito tienen todavía hoy en el Nilo. Los visitantes venían de todas las partes del mundo. Bajo su brazo tenían una consigna común: llegar, ver y llevarse todo lo que pudieran. Durante este período la situación política y social en Egipto no era la mejor, con el añadido de que no existía ningún control de las antigüedades ni de los monumentos. Este freno al descontrol del patrimonio no llegaría hasta que el francés Auguste Mariette fundara en 1858 el Servicio de Antigüedades de Egipto (hoy Consejo Superior para las Antigüedades, enclavado dentro del Ministerio de Antigüedades). Se trata de una institución que comenzó a controlar las excavaciones, llevar a cabo publicaciones científicas y, en definitiva, realizar todo aquello que salvaguardara para un futuro el legado arqueológico del Egipto faraónico. Sin embargo, hasta la llegada de Mariette la situación del país guiada de la mano de un déspota Mohamed Ali, gobernador de Egipto colocado por el imperio otomano, era un auténtico caos.
Trazas en el mercado negro de Luxor
Así las cosas, nuestra historia comienza cuando Gaston Maspero, sucesor de Mariette al frente del Servicio de Antigüedades, empieza a detectar ciertos movimientos extraños en los anticuarios de la ciudad de Luxor. Se trataba de papiros y objetos que pertenecían al faraón Pinedjem (ca. 1000 a.C.) y que por su extraordinaria belleza y buena conservación adquirían en el mercado de la ciudad unos precios increíbles. La situación parecía seria y obligaba a las autoridades a actuar de una manera rápida y contundente contra los saqueadores de tumbas. No se conocía ninguna tumba de este sumo sacerdote, faraón de facto, por lo que esas piezas debían provenir de un lugar desconocido por los arqueólogos.
Gaston Maspero (1846-1916)
Maspero decidió entonces introducir en el mercado de antigüedades de Luxor a una persona cercana al Servicio, pero que nadie conociera en el lugar. El más indicado para realizar esa función era un arqueólogo norteamericano llamado Charles Edwin Wilbour, antiguo alumno de Maspero en París, y que por su residencia habitual en El Cairo, pasaría totalmente desapercibido en la ciudad del sur. Wilbour era en realidad un abogado que lo había dejado todo, su exitosa carrera en la abogacía y en la egiptología, por lo que más amaba, el estudio del antiguo Egipto. El americano comenzó a frecuentar los anticuarios de Luxor en busca de alguna pista que le pudiera llevar hasta los saqueadores de tumbas. En un primer momento fue adquiriendo pequeñas piezas, apenas sin importancia, con el fin de no llamar la atención. Fueron pasando las semanas a la vez que adquiría confianza con algunos de los vendedores quienes, viendo el buen gusto y los extraordinarios conocimientos en arte egipcio del americano, le proporcionaban aún mejores piezas para su colección particular. Wilbour participó en «fantasías», las exóticas fiestas organizadas por los señores de la zona, entrando en contacto cada vez más con los esquivos tentáculos del mercado negro de antigüedades.
No tardó en llegar el día en que uno de los anticuarios, Antoun Wardi, un vendedor de origen libanés, sin sospechar de Wilbour, le pasó a la trastienda de su pequeña tienda de Luxor. Allí el americano pudo conocer a Ahmed Abd El- Rassul. Éste le ofreció antigüedades auténticas de las dinastías XVIII y XIX. Tras adquirirlas, Wilbour descubrió que estaba sobre el camino correcto.
Siguiendo las pesquisas iniciales, Maspero descubrió que Ahmed Abd El-Rassul pertenecía a una importante familia de la aldea de Gurna cuya tradición en el saqueo de tumbas se perdía en la noche de los tiempos. Después de realizar las pesquisas correspondientes el Servicio denunció a la familia Abd El-Rassul acusándola de la venta ilegal de antigüedades. Sin embargo, nada resultó tan fácil como se había previsto en un principio.
Charles Wilbour en el centro, con barba blanca. Gaston Maspero a la derecha, sentado. El diplomático español Eduardo Toda, coleccionista y buen conocedor de Egipto, es el segundo por la derecha.
Ese mismo día se detuvo a Ahmed, Mohamed y Hussein, las cabezas visibles de la familia. Pero detrás del clan Abd El-Rassul había un rico magnate de la zona de origen turco, Mustafa Aga Ayat. Su casa estaba perfectamente asentada sobre el monte de tierra y escombros que cubría parte del templo de Ramsés II en Luxor, muy cerca de la mezquita de Abu el-Haggag, santón de la ciudad. Aga Ayat hacía las funciones de vicecónsul para países como Bélgica, Gran Bretaña y Rusia. Durante sus viajes por Europa había aprendido numerosos idiomas. Gracias a su dominio del inglés, el francés y el italiano, además del árabe, era capaz de conversar con cualquier ciudadano del mundo. El político se había convertido en un personaje peculiar de la ciudad con mucho poder y no menos influencias. Él mismo se encargó de comprar el testimonio de falsos testigos que defendieran en el juicio a la familia Abd El-Rassul de sus cargos.
No tardó en llegar el día en que uno de los anticuarios, Antoun Wardi, un vendedor de origen libanés, sin sospechar de Wilbour, le pasó a la trastienda de su pequeña tienda de Luxor. Allí el americano pudo conocer a Ahmed Abd El- Rassul. Éste le ofreció antigüedades auténticas de las dinastías XVIII y XIX. Tras adquirirlas, Wilbour descubrió que estaba sobre el camino correcto.
No tardó en llegar el día en que uno de los anticuarios, Antoun Wardi, un vendedor de origen libanés, sin sospechar de Wilbour, le pasó a la trastienda de su pequeña tienda de Luxor. Allí el americano pudo conocer a Ahmed Abd El- Rassul. Éste le ofreció antigüedades auténticas de las dinastías XVIII y XIX. Tras adquirirlas, Wilbour descubrió que estaba sobre el camino correcto.
Siguiendo las pesquisas iniciales, Maspero descubrió que Ahmed Abd El-Rassul pertenecía a una importante familia de la aldea de Gurna cuya tradición en el saqueo de tumbas se perdía en la noche de los tiempos. Después de realizar las pesquisas correspondientes el Servicio denunció a la familia Abd El-Rassul acusándola de la venta ilegal de antigüedades.
Parte dela Familia Abd el-Rassul. Mohamed Abd el-Rassul (derecha). Su madre, Fendia, en el centro.
Sin embargo, nada resultó tan fácil como se había previsto en un principio. Ese mismo día se detuvo a Ahmed, Mohamed y Hussein, las cabezas visibles de la familia. Pero detrás del clan Abd El-Rassul había un rico magnate de la zona de origen turco, Mustafa Aga Ayat. Su casa estaba perfectamente asentada sobre el monte de tierra y escombros que cubría parte del templo de Ramsés II en Luxor, muy cerca de la mezquita de Abu el-Haggag, santón de la ciudad. Aga Ayat hacía las funciones de vicecónsul para países como Bélgica, Gran Bretaña y Rusia. Durante sus viajes por Europa había aprendido numerosos idiomas. Gracias a su dominio del inglés, el francés y el italiano, además del árabe, era capaz de conversar con cualquier ciudadano del mundo. El político se había convertido en un personaje peculiar de la ciudad con mucho poder y no menos influencias. Él mismo se encargó de comprar el testimonio de falsos testigos que defendieran en el juicio a la familia Abd El-Rassul de sus cargos.
Ni siquiera los duros métodos empleados en los interrogatorios por parte de la policía egipcia pudieron llevar a buen fin la investigación emprendida meses antes por Maspero. Los métodos debieron de ser feroces porque sabemos que Hussein uno de los hermanos, literalmente, desapareció de la escena y Ahmed quedó maltrecho y apenas podía caminar.
Desesperado por esta farsa, Maspero aprovechó el momento para regresar momentáneamente a París y olvidarse un poco de los problemas burocráticos con el gobierno egipcio que, para colmo, no hacía nada por evitar los saqueos de tumbas.
Un hallazgo increíble
Emile Brugsch
(1842-1930)
Ahmed Kamal
Sin embargo, un golpe de suerte hizo girar la situación en la ausencia de Maspero. A pesar de la compra de testimonios, el cerco se fue cerrando cada vez más sobre la familia de la aldea de Gurna. Así, uno de los miembros Abd El-Rassul, Mohamed, presagiando que su propia familia le iba a acusar tomándole como cabeza de turco, prefirió adelantarse a la situación y denunciar a las autoridades la ubicación exacta de la famosa tumba que tanto tiempo llevaba buscando el Servicio de Antigüedades.
Según relató a las autoridades, en 1871 él y su hermano Ahmed descubrieron en los riscos de Deir El-Bahari un antiguo depósito repleto de joyas y tesoros. Habían ido hasta allí buscando una cabra perdida. Tomaron las precauciones necesarias para evitar a los afrit, los espíritus que cuidan las antiguas tumbas y se adentraron en la montaña siguiendo el sonido de la cabra.
A lo largo de esa década, la familia había visitado esporádicamente la tumba con el fin de no llamar la atención, sacando algunas piezas importantes al mercado muy de cuando en cuando, siempre que hubiera necesidad de ello.
Debido a la ausencia de Maspero, su segundo en funciones, el alemán Émile Brugsch, otro inspector del Servicio, el egipcio Ahmed Kamal y el propio Mohamed Abd El-Rassul, la mañana del lunes 6 de junio de 1881 se encaminaron hasta los riscos de Deir El- Bahari. Hasta allí, en la zona oriental, a la izquierda de los grandes templos de Mentuhotep y de la reina Hatshepsut, Brugsch fue guiado por el egipcio hasta alcanzar un estrecho agujero perfectamente disimulado en la roca. Tras descender por un pozo, elalemán accedió a un pequeño pasillo de poco más de 8 metros de longitud. La escasa luz de la tumba provocó que tropezara inmediatamente con unas cajas grandes de madera. Eran ataúdes antropomorfos; no uno sino decenas de ellos. A medida que la vista se fue haciendo a la luz de las teas, Brugsch no daba crédito a lo que veían sus ojos. ¿Qué era todo aquello? No podía ser una tumba convencional. Las tumbas de los antiguos reyes no eran así.
Gaston Maspero en la entrada de TT 320 en una visita posterior al descubrimiento (hacia 1882).
El auténtico éxtasis sobrevino cuando se acercó a leer las tapas de los ataúdes y las etiquetas de las vendas de algunas de las momias allí depositadas. Fue entonces cuando pudo comprobar que tenía ante sí la mayor colección de momias reales jamás encontrada. Allí estaban impasibles al paso del tiempo los cuerpos de los reyes y reinas más importantes de una de las etapas más poderosas de la historia de Egipto.
La tumba tenía forma de “L”. Tras cruzar la esquina del primer pasillo se abrió otro aún más largo con casi 70 metros de longitud. Estaba dividido en tres niveles diferentes separados por dos pequeñas escalinatas de cinco y cuatro peldaños respectivamente. A mitad del pasillo, entra las dos escalinatas había una pequeña habitación. Al final de este segundo pasillo había una segunda cámara. Y entre medias, los arqueólogos encontraron los ataúdes reales con las momias y restos de los ajuares funerarios empleados por algunos de los faraones. La tumba parece que fue empleada por última vez por la familia de Pinedjem II, sumo sacerdote de Amón y soberano de facto del Alto Egipto, el 935 a.C.
En orden alfabético estas son las momias descubiertas en 1881 en el escondite de Deir El-Bahari, catalogado posteriormente como DB320. Ahmosé Hentepet, Ahmosé Henuttimehu, Ahmosé Imhapi, Ahmosé Merytamun, Ahmosé Nefertari, Ahmosé Sipair, Ahmosé Sitkamose, Amenofis I, Amosis, Baket, Djedptahiufankh, Henutaui, Isetemkheb, Maatkare Mutemhet, Masaharta, Neskhons, Nestanebtishru, , Nedjmet, Pinedjem I, Pinedjem II, Rai, Ramsés II, Ramsés III, Ramsés IX,, Sequenenre Ta, Seti I, Siamun, Sitamun, Tauheret, Tutmosis I (?), Tutmosis II, Tutmosis III.
Vaciando TT320 para transportar las momias reales a El Cairo (London News, 1882).
A este nutrido grupo había que añadir otras ocho momias desconocidas, y que no necesariamente tuvieron que pertenecer a miembros de la realeza. Posiblemente fueran algunos sacerdotes de la época de la XXI dinastía o nobles cercanos a las familias de los reyes. Los textos conservados en las momias o en algunas inscripciones de las paredes daban a entender que todo aquel desbarajuste de momias se debía a una pía intención de los sacerdotes de la dinastía XXI. Con el fin de evitar los saqueos en el Valle de los Reyes, se habían trasladado a este escondite muchos de los cuerpos reales que reposaban en tumbas cuya ubicación todavía era conocida en aquel momento. La suerte hizo que si bien sus tumbas fueron saqueadas hasta la saciedad, las momias al menos llegaran prácticamente intactas hasta hoy. Habían sido acondicionadas y «revendadas» en los antiguos talleres de momificación, seguramente después de haber sido ultrajadas.
Pruebas de ello las encontramos en los textos vinculados a Butehamon (ca. 1070 a.C.), escriba restaurador de tumbas de la necrópolis, a caballo entre las dinastías XX y la XXI. Él fue el encargado de llevar a cabo la investigación de los robos en la necrópolis y de restaurar las momias saqueadas, como la de Ramsés III. Contamos con varias cartas suyas y sabemos que su residencia estaba en el recinto del templo de Ramsés III, en Medinet Habu, en donde todavía se pueden ver los restos de las columnas que se abrían en el patio central de la casa. Su ataúd fue descubierto en su tumba (TT291), con un completo texto autobiográfico, y se conserva en el Museo Egipcio de Turín (C. 2236, 2237 / CGT 10102, 10103).
El rumor del increíble hallazgo no tardó en correr como la pólvora. Algunos grupos de beduinos habían amenazado a los extranjeros acusándoles de llevarse sus tesoros. Para evitar un ataque inminente, Émile Brugsch dio orden de vaciar aquel extraño almacén en un tiempo record. Las momias y todos los objetos que las acompañaban fueron llevados al barco del Servicio de Antigüedades y trasladados de inmediato a El Cairo en donde serían fotografiados y estudiados.
Algunos objetos procedentes de TT320.
Lamentablemente, esa celeridad ha impedido que hoy conozcamos la ubicación exacta de los ataúdes en las habitaciones y galerías de la tumba. No hay fotografías ni bosquejos. El miedo hizo que todo se realizara de manera muy precipitada.
Existe una anécdota, seguramente leyenda urbana aunque muy hermosa, que sobrecogió a los egiptólogos. Fue la reacción de los propios habitantes de Egipto al conocer la noticia de un hallazgo de esa envergadura. Trasladados hasta la orilla del Nilo y embarcados en un transbordador, para sorpresa de los egiptólogos las momias reales recibían el calor de los campesinos quienes a su paso lanzaban salvas al aire, mientras que las mujeres se desgarraban los vestidos y lloraban por los muertos que antaño dieron tanta gloria al país del Nilo.
Las huellas perdidas de TT320
Entre las ocho momias anónimas que aparecieron en este escondite de Deir El- Bahari en 1881, había una que reveló un hecho terrorífico cuando fue estudiada cinco años después. Este cuerpo es considerado uno de los más extraños descubiertos hasta la fecha ya que fue hallado en un ataúd blanco sobre el que no había ninguna inscripción que pudiera proporcionar información sobre su dueño ¿Un castigo para que el cuerpo nunca pudiera regresar a la vida? Al abrirlo se encontró el cuerpo de un hombre joven que había sido simplemente cubierto con la piel de una oveja a modo de mortaja tal y como se realizaba el enterramiento en época primitiva.
Al contrario de lo que sucedía con el resto de las momias, aquel cadáver despedía un olor repulsivo. Pero lo que espeluznó a los médicos forenses que realizaron la delicada operación, fue comprobar los rasgos desencajados y agónicos del rostro de la momia. La investigación no tardó en proporcionar una hipótesis aterradora: todo parecía indicar que aquel desgraciado ¡había sido enterrado vivo! Un estudio más cercano corroboró la espantosa sospecha. El cuerpo no había sido momificado, ya que todos sus órganos continuaban intactos en el interior del abdomen.
La momificación solamente se había conseguido creando una especie de vacío en la mortaja de piel de bovino, gracias a la sequedad de la tumba en la que se colocó. Sin embargo, no deja de ser contradictorio que una persona que fue enterrada en estas condiciones, seguramente como castigo por algo que hubiera hecho en vida, se viera involucrado en la salvación de momias llevada a cabo por los sacerdotes de la dinastía XXI. O bien se confundieron de cadáver y lo metieron en el escondrijo de Deir El-Bahari por error, o bien los análisis de esta momia no son todo lo correctos que parecen ser.
En el escondite se descubrieron treinta y dos momias reales más las otras ocho momias anónimas; un total de cuarenta cuerpos entre los que estaban algunos de los faraones más importantes de la historia de Egipto. A esta lista habría que añadir el ajuar en forma de cajas o ataúdes de varias personas más, cuyas momias no aparecieron por ninguna parte en el escondrijo. No sabemos si porque fueron vendidas con anterioridad a su descubrimiento por los Abd El-Rassul y ahora deambulan por alguna colección privada de Europa o Estados Unidos, o porque nunca llegaron a estar en el DB320 y solamente se trasladaron hasta allí algunos objetos personales a modo de sustitución.
La momia de Ramsés II (1300-1213 a.n.e.) encontrada en TT320.
Mohamed Abd El-Rassul recibió 500 libras por su colaboración con el gobierno y fue nombrado jefe de los cuidadores de tumbas de la orilla oeste. Su Se desconoce qué sucedió con su hermano Ahmed, aunque es muy probable que volviera a su vida como cabrero.
Debió de ser un momento increíble para Brugsch. Así lo describió en sus diarios. «Tengo muy vivo en la memoria el recuerdo de cuando mis ojos se acostumbraron a la luz de las antorchas la primera vez que bajamos a la tumba. Había una comunión muy clara con aquellos objetos. Es el legado del antiguo Egipto que a veces trasciende nuestro corazón y nos hace partícipes de su propia historia. Recuerdo que los revestimientos dorados y la superficie pulida irradiaban de una forma tan clara mi emocionado reflejo que parecía que estaba observando el rostro de mis propios antepasados».
Arqueología de la tumba TT320
Por desgracia, la tumba apenas fue estudiada en el momento del hallazgo. En el año 1998 una misión arqueológica germano-rusa, liderada por Erhart Graefe y Galina A. Belova (E. Graefe y G. Belova, The Royal Cache TT320: a re-examination, Cairo 2010), retomó la investigación de la TT320, aportando datos de gran valor para conocer, por ejemplo, la fecha de cierre de la tumba y su posible dueño original.
¿Cuándo fue cerrada? ¿Quién la mandó excavar y para qué familia o personaje importante? Desgraciadamente, poco es lo que sabemos en este sentido. Solo tenemos seguro que sucedió en algún momento a principios del denominado Tercer Período Intermedio, una época de tránsito y declive, vivida en Egipto entre los años 1069-525 a.C.
Siempre se ha pensado que pudo ser durante el reinado de Pinedjem II, sumo sacerdote de Tebas y faraón de facto del Alto Egipto durante la XXI dinastía (ca. 1000 a.C.). El hecho de que sus restos aparecieran en la zona más profunda de la tumba así lo indican. Es posible que luego se rellenara la tumba desde ese punto.
Sin embargo, aunque está admitido que la tumba fue empleada inicialmente por él o su familia, tampoco podemos descartar que se tratara de un proyecto abandonado de la XVIII dinastía (ca. 1500-1300 a.C.), tres siglos más antiguo, y que nunca se llegó a utilizar.
Un problema mayor es conocer cuándo se colocaron allí las momias. Gracias a las inscripciones que muchas de ellas llevan sobre las vendas o las tapas de los ataúdes, hemos podido reconstruir el itinerario y las fechas aproximadas de los robos en el Valle de los Reyes, ya en la Antigüedad. Algunos se pudieron llevar durante el gobierno de Pinedjem II, y los reinados de los faraones Psusenes I (¿año 7 u 8?) y Shesonk I (dinastía XXII, ca. 925 a.C.).
Muy posiblemente el empleo de la DB320 como escondite se dilatara en el tiempo. O incluso es posible que, como señalan algunos investigadores, durante el reinado de Pinedjem II las momias estuvieran en la tumba hoy perdida de una reina llamada Inhapy (quizá la esposa de Sequenenra Tao II, de la XVII dinastía, ca. 1574 a.C.) y luego, ya en la dinastía XXII, durante el reinado del faraón de origen libio Sheshonq I, se trasladaran de forma definitiva al escondite DB320.
Lo importante es que todos ellos se movieron en una franja cronológica de apenas cuarenta años, en la primera mitad del siglo X a.C. Con la poca información con que hoy contamos, es realmente complicado precisar un momento exacto de la Historia.
La siguiente tabla describe el material hallado por los arqueólogos. Está tomada de la obra de N. Reeves y R.H. Wilkinson, The Complete Valley of the Kings (London 1996, pág. 196).
Nombre | Momia | Ataúd | Otros | Notas |
Ahhotep I | D | Con momia de Pinedjem I | ||
Ahmose Hentempet | * | * | ||
Ahmose Henut-timehu | * | * | ||
Ahmose Inhapi | B | Momia en ataúd de Rai | ||
Ahmose Merytamún | * | Momia en ataúd de Seniu | ||
Ahmose Nefertari | ¿D | D | * | Ataúd y cartonaje |
Ahmose Sipair | * | * | Ataúd similar al de Niño Anónimo | |
Ahmose Sitkamose | * | Momia en ataúd de Pediamún | ||
Amenofis I | C | C | Ataúd de un tal Djehutymose | |
Amosis | D | D | ||
Baket | ?* | * | ||
Djedptah-iufankh | F | F | F | |
Duathathor Henut-taui | B | B | B | Ataúd int., solo cubeta ataúd ext. |
Hatshepsut | * | Caja con hígado o bazo | ||
Isetemkheb | F? | F? | B/C | |
Maatkare Mutemhet | F? | F? | F? | |
Masaharta | F? | F? | F? | |
Merymose | * | |||
Nebseni | ?B | B | Momia de Hombre Anónimo C | |
Nesikhonsu | F | F | F | Un ataúd contenía a Ramsés IX |
Nestanebt-ishru | F | F | F | |
Nedjmet | * | * | * | |
Paheripedjet | * | Ataúd con momia de Rai | ||
Pediamún | * | Ataúd con momia Ahmose Sitkamose | ||
Pinedjem I | D | C | * | Ataúd usurpado por Tutmosis I |
Pinedjem II | F | F | F | |
Rai | * | B | Momia en ataúd de Paheripedjet | |
Ramsés I | C? | Momia Mujer Anónima B, ¿Tetisheri? | ||
Ramsés II | D? | D? | ||
Ramsés III | D | D | ||
Ramsés IX | F?? | * | Momia en un ataúd de Nesikhonsu | |
Seniu | * | Momia de Ahmose Merytamún | ||
Sekenenra-Tao II | D | D | ||
Seti I | B | B | ||
Siamún | D | D | ||
Siese | * | Vaso canopo | ||
Sitamún | * | * | ||
Sutymose | * | Miniatura de ataúd canopo | ||
Tauheret | F? | F? | F? | |
Tetisheri | * | Vendas de momia. ¿Mujer Anónima B? | ||
¿Tutmosis I? | C? | Momia en ataúd de Pinedjem I | ||
Tutmosis II | C | C | ||
Tutmosis III | D? | D? | ||
Wepmose | * | Jarra canópica | ||
Wepawet-mose | * | Jarra canópica | ||
Hombre Anónimo E | * | * | ||
Mujer Anónima B | * | ¿Tetisheri? ¿Originalmente en ataúd de Ramsés I? | ||
¿Mujer? Anónima | * | * | ||
¿Hombre? Anónimo | * | * | ||
¿Hombre? Anónimo | * | * | ||
¿Hombre? Anónimo | * | * | ||
Anonimo | * | * | Ataúd caja | |
Anónimo | * | Ataúd infantil ¿de Ahmose Sipair? |